La actividad científica de la Universidad dispara el tratamiento de residuos peligrosos
El técnico superior de Medio Ambiente, Sergio Ramos, achaca el descenso de años anteriores al menor número de inversiones y de proyectos, motivo por el cual se utilizaban menos reactivos. Sin embargo, llama la atención que el pico más elevado de los últimos quince años se registrara en el 2010, en plena crisis, con 21.384 kilos, seguido del 2009 con 21.106, mientras que el 2014 ocupa la tercera posición. El departamento de Medio Ambiente lo justifica por el aguante de la Universidad en los primeros años de la crisis, hasta que los recortes hicieron mella en la institución al ser cada vez más evidentes.
Las facultades de Ciencias y Químicas se llevan la palma en lo que se refiere a la generación de este tipo de residuos debido a la cantidad de disolventes que manejan, aunque en algunos casos, si son homogéneos, se pueden regenerar. Solo entre los dos centros suman más de la mitad del total de residuos peligrosos, en concreto, 11.141 kilos. En Ciencias la empresa Gesuga se hace cargo de los subproductos de origen animal, denominados Sandach. Se trata de ratones y peces no aptos para el consumo humano y utilizados en investigación. De momento la cantidad es testimonial, unos 80 kilos al año.
Ocho de cada diez kilos de residuos de la Universidad proceden del campus vigués, mientras que los de Pontevedra y Ourense son mínimos y proceden, sobre todo, de Bellas Artes, Forestales y laboratorios de fotografía.
Otras instalaciones que producen restos peligrosos son el Centro de Apoyo Científico y Tecnológico a la Investigación (Cacti), en el que se incluye Citexvi, la estación de Ciencias Marinas de Toralla (Ecimat), el edificio Newton y la Escuela de Ingeniería Industrial, tanto en la sede del campus como de Torrecedeira. La producción de Vigo es similar a la de otras universidades como la de Santiago.
Pese al incremento de residuos peligrosos, la institución viguesa lleva a cabo trabajos de investigación y proyectos encaminados a reducir el material. Entre estos últimos está el que desarrolla el grupo de reciclaje Gruvi bajo la supervisión de la oficina de medio ambiente.
El material informático desechado es reparado y tras instalar a los ordenadores software libre se reparten entre entidades sin ánimo de lucro a través de una convocatoria pública con carácter anual. En la última convocatoria se lograron recuperar casi cuatrocientos equipos, repartidos entre treinta asociaciones.
Otras veces los investigadores logran reconvertir los residuos como hace la investigadora Xanel Vecino, del departamento de Ingeniería Química. En su tesis doctoral apostó por el aprovechamiento y revalorización de restos de la industria vitivinícola y del procesado del maíz para la obtención de productos de interés industrial como los biosurfactantes. Se trata de detergentes naturales susceptibles de aplicarse en farmacia y cosmética, así como los bioabsorbentes, de elevada utilidad en el tratamiento de aguas residuales.
Aunque en la mayoría de los casos la Universidad tiene que abonar un canon por la gestión de determinados residuos, en otros, como las baterías, se las recogen gratis. «Nos las quitan de las manos porque aprovechan todo. Yo creo que hasta pagarían», comenta Sergio Ramos. Explica que a veces los restos corren por cuenta de los productores como sucede con las cafeterías del campus, donde los responsables se encargan de los aceites.
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