Un mes después de aquello la mayoría de las víctimas no ha cobrado las indemnizaciones, siguen sin tener dónde alojarse y el poco ordenado tránsito mexicano continúa fluyendo alrededor de sus vidas. San Pedro, en la zona metropolitana de Ecatepec de Morelos, amaneció el viernes empapelado con cartulinas que llamaban a toda la comunidad a celebrar una misa en memoria de los fallecidos. En la puerta de la casa de tres pisos sobre la que cayó el remolque y que provocó la muerte instantánea de 14 miembros de una misma familia, el párroco del pueblo despliega un altar improvisado. “Ojalá algo así no vuelva a ocurrir”, pide mirando al cielo y con una mano en la Biblia.

 
Con las manos y los pies vendados, Edgar Pacheco, quien despertó esa mañana con una llamarada de fuego sobre su cara, cree que hay que tener fe en estos momentos porque confía poco en que las autoridades resuelvan de inmediato el problema. “No hemos cobrado ninguna indemnización y seguimos sin tener casa, pero ¿usted cree que importamos a alguien?”, señala. El joven, con quemaduras de tercer grado en el 30% del cuerpo, perdió a su madre en el accidente, a la que hacía una breve visita desde Estados Unidos, donde trabajaba como ilegal poniendo suelos.
 
El desastre sucedió la madrugada del 7 de mayo, sobre las 5.15. Esa noche, el conductor había estado haciendo cola con otros camiones en un centro de distribución de gas de Pemex, en Tepeji del Río. El trámite duró unas siete horas. En ese tiempo, Juan Omar Díaz, nacido en 1976 y gran aficionado a Facebook, dijo haber dormido unas tres y media. Una vez que llenó los dos tanques y los enganchó, puso rumbo a la autopista. Transitaba por la Pachucha-México, por el carril de la derecha, cuando se intentó cambiar de carril y acto seguido pegó un volantazo para volver al mismo. Esa maniobra afectó a los enganches de la carga y una de las pipas salió volando a un lado de la carretera, sobre las viviendas. El conductor declaró después que una furgoneta de transporte público no identificada se le había cruzado. Los investigadores de la fiscalía que lleva el caso lo achacan a su exceso de velocidad –manejaba a 85 cuando lo recomendado es 60- aunque realmente creen que se quedó dormido. Esto último no han podido comprobarlo.
 
La carretera federal era un molestia asumible para los que no tienen otro sitio en el que vivir pero se convirtió en algo peligroso cuando hace cuatro años se amplió de dos a cuatro carriles. Eso acabó con los árboles y las granjas de animales de Bustos, la señora con cuyo testimonio abre este reportaje. Su hija Maricela Enríquez perdió a toda la familia de un golpe: la hija, el marido y un niño de 11 años. De esa casa, pegada a la alambrada de la vía, sobrevivieron dos personas. Una chica de 15 años llamada Wendy y Andrea, un bebé de un año y ocho meses. Las dos están en Houston, Estados Unidos, recuperándose de las heridas. Wendy, en el momento de la explosión, estaba embarazada de ocho meses y le tuvieron que practicar una cesárea. El bebé sobrevivió y continúa hospitalizado. Todos ellos aseguran no haber recibido nada, salvo las tarjetas de supermercado del gobierno del Estado de México.
 
En San Pedro Xalostoc se considera de poca educación centrarse en el dinero tras algo como esto, pero no queda otra. El Gobierno federal y el de su región anunciaron hace unos días que pagarán a los afectados 14 millones de pesos (más de un millón de dólares). Los peritos calculan las pérdidas en el doble, 28, que es hasta donde se supone que van a llegar Mitra, la empresa de transportes, y Gas Metropolitano, propietaria de la carga. Las tarjetas repartidas tenían un saldo de 25.000 pesos. “De esas cantidades que me habla yo no he visto nada”, sostiene un hombre que ha perdido a tres familiares. El despacho de abogados Carswell y Calvillo asegura que ya se han concretado algunos pagos pero que la mayoría se ejecutarán en breve.
 
Al otro lado de la carretera murieron otras cuatro personas, todos habitantes de la misma casa. Ese lugar está lleno de chabolas, coches carbonizados y hasta perros callejeros con las patas ensangrentadas por unas heridas que aun no cicatrizan. “¡Reubicación ya!”, han escrito en color rojo en los muros de las precarias viviendas. Martín Reyes pinta de oro viejo la puerta de su casa y de verde chapultepec una barda. “Claro que tengo miedo. Por las noches me levanto sobresaltado al mínimo ruido”, declara sin dejar la brocha. El DF es la ciudad con más tránsito de vehículos peligrosos de todo el país, y en el Valle de México, todo lo que hay alrededor de aquí, existen más de 250 empresas dedicadas a este negocio. Por la autopista circulan constantemente trailers que se cruzan con pequeñas furgonetas de pasajeros que paran donde les viene en gana para recoger o soltar pasaje.
 
El suceso abrió días después un debate sobre la necesidad de limitar el acceso de los camiones con mercancías peligrosas a las ciudades pero con el paso del tiempo se ha ido apagando. El área de comunicación de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) no respondió a ninguna de las preguntas que le hizo este periódico. Se supone que el ministerio está elaborando algún tipo de regulación sobre los vehículos que llevan doble carga, un peligro en la carretera a todas luces.
 
El conductor del camión sigue encarcelado a la espera de juicio. En los alrededores del penal de Chiconautla, el domador de un circo itinerante exhibe un puma para atraer público a la función de la tarde, pero Díaz Olivares no puede ver la escena a través de la ventana de la enfermería. Apenas consigue levantarse de la cama después de la operación en las piernas (roturas de tibia y peroné) y las quemaduras que sufre en el 14% del cuerpo. Su parte médico reza que progresa adecuadamente y que ha recuperado los cuatro kilos que perdió en el hospital. Ahora pesa 122, muchos para su 176 centímetros. Se ve que no ha perdido el apetito. Los que le cuidan establecen que no ha sufrido ningún tipo de depresión, angustia o miedo. “No le ha caído el veinte”, consideran en la prisión. Sus noches no se han llenado de olas de fuego. Esa es solo la pesadilla de los que viven a un lado u otro de la carretera de San Pedro Xalastoc.
 
Fuente:
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/09/actualidad/1370732000_621658.html