Actualmente, todo está a la vista y a la luz del día, sin fronteras ni barreras que impidan la ­intercomunicación y globalización informativa.
 
La información lo domina y penetra todo. Se introduce en nuestros hogares sin cometer violación del domicilio ni allanamiento de morada; a lo sumo, puede afectar a nuestra ­intimidad.
 
Ante esa realidad incuestionable, es inútil pretender ponerle "puertas al campo". Todo lo que sucede en nuestro planeta es conocido en tiempo real, al instante, simultánea e ­inmediatamente, como si se tratara de un bien de dominio público o de libre disposición, al servicio de toda persona. Esto nos permite disipar dudas sobre la vida de los pueblos y la política de sus gobernantes.
 
Esa maravillosa fuerza de la comunicación consigue, en el ámbito de las experiencias sociales y políticas, lo que en el ámbito científico se logra merced a las pruebas de laboratorio que pueden reproducirse a voluntad. Podríamos decir que la comunicación global es el gran laboratorio que nos permite saber el resultado favorable o adverso de los sistemas aplicados fuera de nuestras fronteras. En una palabra, así como en el comercio internacional se rechazan o no se importan mercancías peligrosas o averiadas; en el campo del conocimiento, tampoco debe admitirse, a nivel interno, como ejemplo o modelo a imitar, lo que resultó negativo y perjudicial en otros lugares o países.
 
Precisamente, la información a nivel interno y, sobre todo, internacional, nos permite conocer y comprobar cómo gobiernos y partidos de innegable tradición democrática pero de distinta ideología política, se ven obligados, en circunstancias excepcionales o de emergencia, a tomar medidas radicalmente opuestas a las defendidas inicialmente. Así sucede con la tan denostada "amnistía fiscal" o los vaivenes sobre la subida o bajada de impuestos, la edad de jubilación o la duración de la jornada laboral.
 
A la vista de lo anterior, conviene recordar que, como dice Ortega y Gasset "sólo a partir de una información compartida, se hace posible el juicio sobre las cosas". Y David Hume reconocía que "lo verdaderamente importante no es la nación de la que formamos parte, sino esa humanidad a la que pertenecemos". Y Diderot se congratulaba del pensamiento de Hume, diciéndole "soy como tú, un ciudadano de la gran ciudad del mundo".
 
Gracias a la globalización informativa, nadie puede llamarse a engaño, ni alegar ignorancia o desconocimiento de cómo se gobiernan los demás países y qué sistemas producen los mejores y más favorables resultados, tanto a nivel personal como colectivo.
 
Cuando Marshall McLuhan acuñó la famosa frase del mundo "como aldea global" y de la humanidad como "tribu planetaria", en la sociedad de la información no se había todavía descubierto internet ni las redes sociales. Por eso, en la actualidad, existe la evidencia de que, con el incremento de los medios de comunicación social, se ha producido un avance considerable de la conciencia política universal, dificultando la ocultación de las desigualdades e injusticias.
 
También, la globalización informativa ha servido para movilizar las conciencias ante el horror y el terror que se apodera del espíritu humano, cuando en su ánimo arraigan la intolerancia y toda clase de fanatismos étnicos, políticos, raciales y religiosos.
 
Ignorar la gravedad de esos hechos y permanecer en esa "cómoda docta ignorancia", es contribuir, por omisión y pasividad, a la decadencia y ruina de la humanidad.